Es muy normal que, como padre o madre, uno se preocupe al observar que su hijo no se integra fácilmente con otros niños de su misma edad. Automáticamente se enciende una alerta: ¿habrá algo que está limitando su desenvolvimiento social?
Sin embargo, es importante romper con el estigma de que ser reservado o tímido es un defecto. La realidad es que no todos los niños disfrutan hablar en público, algunos prefieren observar antes de participar o liderar un grupo, y muchos simplemente necesitan más tiempo para hacer nuevos amigos.
Cada niño es único y avanza a su propio ritmo. La clave está en observar con atención, acompañar con paciencia y entender cuándo la timidez forma parte de su personalidad y cuándo podría ser señal de algo más.
La timidez: un rasgo, no un problema
Los niños tímidos suelen ser más reflexivos, prudentes y reservados frente a situaciones sociales. En los primeros encuentros, es común observar cierta incomodidad o nerviosismo al interactuar con personas nuevas o desconocidas, pero con el tiempo suelen desenvolverse con mayor confianza y naturalidad.
Esta característica de la personalidad no debería interferir significativamente en la vida diaria del niño, ya que no le impide formar vínculos ni desenvolverse adecuadamente en otras áreas, como los estudios o el juego.
No obstante, los niños con este rasgo pueden necesitar más tiempo para adaptarse a contextos sociales, mostrarse más callados frente a grupos grandes o sentirse incómodos al inicio de una interacción. Sin embargo, con apoyo y comprensión, ganan gradualmente la seguridad y confianza que necesitan para desenvolverse plenamente.
¿Y cuando la socialización se convierte en un reto constante?
Existen casos en los que lo que parece timidez en realidad es una señal de ansiedad social. La diferencia principal radica en que la ansiedad social implica un miedo intenso y persistente que interfiere significativamente en la vida del niño. Quienes la experimentan suelen tener pensamientos irracionales y constantes sobre la posibilidad de ser juzgados, criticados o ridiculizados por los demás, lo cual les genera un alto nivel de malestar ante situaciones sociales que para otros niños podrían ser cotidianas.
Es común observar conductas como la evitación repetida de situaciones sociales, tales como fiestas, exposiciones, recreos, juegos grupales o incluso asistir al colegio. También puede haber una tendencia a experimentar síntomas físicos como dolor de estómago, náuseas, sudoración, aceleración del ritmo cardíaco o dificultad para respirar, que suelen presentarse antes y durante la interacción social. Además, pueden presentarse dificultades para hacer amigos, incluso en ambientes seguros y amigables, así como un miedo excesivo a que los demás piensen mal de ellos, a hacer el ridículo o cometer errores. Todo esto puede llevar a un bajo rendimiento escolar, ya sea por evitar participar en clase o por no querer asistir al colegio. Con el acompañamiento adecuado, los niños con ansiedad social pueden desarrollar confianza y disfrutar de sus relaciones sociales como cualquier otro niño, consultar con un especialista es el primer paso.
Lic. Lynda Pinares – Psicoterapeuta